A priori, podríamos pensar que la edad de los miembros de una pareja no debería influir demasiado en su nivel de felicidad. Si dos personas se quieren, se entienden y comparten objetivos comunes, ¿qué importancia tiene que una haya nacido diez o quince años antes que la otra? En una sociedad que cada vez valora más la libertad individual y la pluralidad de modelos afectivos, las relaciones con diferencia de edad se ven con mayor normalidad. Sin embargo, la percepción no siempre coincide con lo que ocurre dentro de casa.
Un estudio encabezado por varios investigadores de la London Metropolitan University sugiere que, cuando hablamos de felicidad dentro de estas parejas, hay más matices de los que podríamos suponer. Las parejas en las que uno de los miembros es significativamente mayor que el otro pueden mostrar niveles similares de bienestar emocional. No obstante, esa armonía no necesariamente se refleja en todos los aspectos de la convivencia. A veces, las diferencias de edad pueden tener un impacto más silencioso. Tanto como para afectar a cuestiones tan íntimas como el deseo sexual o la forma de disfrutar del tiempo juntos. Algo de lo que ya hemos hablado en THE OBJECTIVE anteriormente al mencionar las relaciones de pareja.
Esto no significa que las relaciones con una diferencia de edad importante estén destinadas al conflicto o la insatisfacción. De hecho, el mismo estudio apunta a una alta estabilidad emocional y financiera en este tipo de parejas. Pero al mirar más de cerca, especialmente en aspectos como la vida sexual, aparecen desequilibrios que podrían condicionar la percepción subjetiva de felicidad. Y, aquí, es donde el estudio hace hincapié: especialmente en el miembro más joven de la pareja. El amor, como casi todo en la vida, también se vive según el calendario.
¿El equilibrio es imposible? No en el plano emocional o económico
El estudio analizado se basó en una muestra modesta de 126 participantes, lo que exige cierta prudencia a la hora de generalizar los resultados. No obstante, su planteamiento resulta interesante, ya que se centró únicamente en personas que mantenían relaciones con una diferencia de edad mínima de siete años, ya fuera hacia arriba o hacia abajo. Además, se consideraron relaciones heterosexuales y homosexuales, lo que permitió observar patrones comunes más allá de la orientación sexual.

A través de cuestionarios estandarizados, los investigadores evaluaron distintas dimensiones del bienestar en pareja, desde la satisfacción emocional hasta la percepción de seguridad económica. Y el hallazgo más consistente fue claro: las parejas con diferencia de edad no eran menos felices que las parejas de edades similares. De hecho, los niveles de confort emocional y estabilidad eran equiparables, lo que sugiere que la edad no es, por sí sola, un factor determinante del bienestar relacional. Hay que apuntar, no en vano, que lo más habitual en términos generales, es que sean los hombres quienes sean más mayores en este tipo de relaciones.
Esta conclusión va en contra de algunos estereotipos aún vigentes, como la idea de que las relaciones con mucha diferencia de edad son más inestables o desequilibradas. En cambio, el estudio señala que, cuando hay una buena comunicación y valores compartidos, la edad deja de ser un problema. No obstante, también revela que no todo fluye con la misma naturalidad. Algunos aspectos concretos, como el terreno sexual, muestran señales de disonancia que conviene observar. Sin embargo, otros estudios apuntan a que la felicidad marital también cambia mucho en función de quién es la persona mayor en la relación, si ellos o ellas.
Con el sexo hemos topado: cuando más es menos
El análisis del componente sexual dentro de estas relaciones aportó una de las conclusiones más llamativas del estudio. A diferencia del bienestar general, aquí sí aparecieron diferencias notables en función de la edad. Los miembros mayores de las parejas se mostraban muy satisfechos con su vida sexual. Según los datos del estudio, tenían la percepción de que el sexo en la relación era frecuente, satisfactorio y emocionalmente enriquecedor.
Pero en el otro extremo, los más jóvenes no compartían ese entusiasmo. A pesar de querer a sus parejas y sentirse emocionalmente estables, afirmaban experimentar menor satisfacción en el plano sexual. En varios casos, describían el sexo como rutinario, menos activo o simplemente menos conectado con sus expectativas. Esta diferencia de percepción no implica necesariamente una crisis, pero sí sugiere una desincronización de deseos o ritmos que puede influir en la vivencia global de la relación.
Esta disparidad no se explica solo por cuestiones físicas o biológicas. También puede estar relacionada con estilos de vida, concepciones distintas del erotismo o incluso diferentes grados de necesidad afectiva. Lo que para uno es una expresión plena de intimidad, para otro puede resultar insuficiente o monótona. El estudio no profundiza en las causas, pero deja entrever que la edad influye en cómo se concibe y se vive el sexo dentro de la pareja.
En definitiva, aunque las parejas con diferencia de edad pueden experimentar altos niveles de bienestar general, el ámbito sexual aparece como un espacio de posible fricción. No se trata de incompatibilidades insalvables, pero sí de diferencias que requieren atención, diálogo y ajuste mutuo. La felicidad conyugal, como tantas otras cosas, no se mide solo en años… pero los años cuentan.